La mañana anterior al día de su muerte me desperté sobre las
seis de la madrugada, empapada en sudor. Había tenido unos sueños macabros
sobre algo que ni siquiera podía recordar. Bebí lo que quedaba de agua de la
botella que tengo sobre la mesilla y le di un beso a Henry. Le observé durante
unos minutos y me pregunté porque decidió aquel verano que quería estar a mi
lado, que fue lo que nos hizo desear tanto la cercanía el uno al otro. Después
de reflexionar durante unos minutos sobre el tema y no llegar a ninguna
conclusión volví a dormirme hasta las nueve. Cuando me desperté Henry ya no
estaba ahí y al oír ruido en la cocina supuse que estaba preparando el
desayuno. Me preparé un baño y me puse a leer dentro de la bañera, disfrutando
del calor y el vapor del agua. En esos momentos me evadía de mi vida por
completo, ya no estaba ahí, estaba viajando a lo más profundo de mi
imaginación. No quería salir de la bañera, no quería salir de mi cuarto y no
quería vestirme. Cuando las yemas de mis dedos estaban ya arrugadas como pasas,
Henry subió a buscarme, me sacó de la bañera y me secó las lágrimas.
B.B.